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Poesia Daniel Graglia

Palabra besadas

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  • El escritor Abelardo Castillo supo decir: “La poesía es una cosa totalmente al margen de la literatura; es un modo de vivir, de percibir el mundo, y está al margen, sobre todo, de la técnica literaria, porque es la más alta expresión de la literatura.

     

    Cuando García Lorca dice algo que parece tan disparatado como Tamar estaba soñando pájaros en su garganta, sabemos que no es una metáfora construida. El verbo soñar y la palabra pájaro, unidos a la palabra garganta –que no es una palabra poética– dan una imagen poética. El poeta lo ve en la realidad donde los otros no lo ven”.

     

    Y esto es lo que sucede con Daniel Felipe Graglia en este, su primer libro de poesías. “Cuando uno se enamora/ la vida comienza a hilar un sueño, / a tejer una esperanza, / se descosen los secretos/ se dicen tantas cosas/ mirándose a los ojos/ como si por allí, uno entrara al universo.” En ese universo invita a entrar al lector a través de sus poemas, porque el amor es un misterio, y es hacia allí adonde se dirige, con sus latidos, con sus palabras.

     

    El tema es el amor, y el cuerpo de la mujer amada, ese territorio que explora con los ojos, con la boca, con todos los sentidos, para anclar allí su propia vida; un territorio donde construir una vida juntos. Porque en muchos de estos poemas hay dos mitades que se encuentran, que se celebran, y de esa celebración, tierna y pura, nace un solo ser, completo, porque nos completa. Uno más uno, infinito, declaró alguna vez otro poeta, Manrique Zago. “De uno en uno, somos todos”, nos dice Graglia. Y cuando sentimos que es así, que es eso lo que nos está diciendo, como si adivinara nuestros pensamientos, escribe: “Porque no soy, si no somos”. Y redobla la apuesta: “No culpes a la vida de ser la desgraciada/ mejor es construir un nuevo espejo en el alma”.

     

    Pero esa mujer suele ser ausencia; entonces, el mundo requiere su presencia. Y allí está, en las pequeñas cosas, reclamándola, pero sin angustias, porque su recuerdo es bueno, es dulce, es agradecido: “Desde aquellos días ando con jardines en la boca/ respirando pétalos multicolores”.

     

    Así es: tanto venera el poeta a la mujer, que incluso en los adioses apenas cabe la melancolía, el latido de lo que ya es “un dulce recuerdo”, para sumergirnos luego en una sensible radiografía del paso de una niña a mujer (cuyo título, “Y crees que con eso alcanza”, abre interrogantes, porque, ¿entonces no alcanza?), y va incluso más allá cuando el tema es el aborto, poema en el que nos recuerda que el hombre es cómplice de ello.

    La realidad, la felicidad, los chips que nos conectan y nos alejan, los niños de la calle, todo recrea el autor con su mirada que a su vez lo observa, en la que cree y a la que nos invita a creer. Creer en el prodigio de la vida. En el único espacio en el que se permite trastabillar con dignidad, es en el dolor que le causa la muerte de una amiga querida, porque “nada, nada es más triste que la tristeza del duelo”.

     

    Hay una palabra que se repite: pan. Todo, en griego antiguo. Como alimento básico, como sostén necesario de la vida. Es el sustento de este poeta. El pan le recuerda a la mujer que no está, pero también a un niño que nace. “El pan es la vida.”

    Que sabe encender el sol, dice también.

     

    Como todo creador de cosas bellas.

    Por instinto.

    Eso es un poeta.

    Los invito a beber de su belleza.

     

    Silvia Renée Arias

    Jávea, España, 21 de mayo de 2018.

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